Viernes, 8 de octubre 2010
Y es que con su cara risueña, una sonrisa estrepitosa y alegre, y con unas ganas impresionantes de disfrutar la vida, Becky se autodefine como una “strong woman”. Y en verdad lo es. Es una mujer fuerte, fuerte de carácter, fuerte en las tradiciones y sobretodo, fuerte en sus convicciones.
Tiene 29 años, un trabajo como funcionaria de Hacienda (al que reconoce abiertamente que le costó poco acceder, ya que su tío es uno de los jefes, pero que lucha día a día para mantenerlo haciéndose valer por sus propios méritos), una pequeña tienda de ropa de diseño “propio” y abalorios que hace en sus ratos libres. Tiene coche propio (su Jaguar, como ella le llama cariñosamente) y una casa que no está nada mal. Para ello, se levanta a las 5 de la mañana y no regresa hasta que el sol hace tiempo se ha ocultado, a eso de las 18:30 h.
Hasta aquí y con nuestra educación y mentalidad europea la veríamos como a una mujer de nuestro tiempo, independiente, trabajadora y luchadora. Como digo, desde nuestra perspectiva veríamos esto como bastante “lógico y normal”, pero no olvidemos de que hablamos de una mujer en África. Aún así, si metemos en la coctelera que desde hace año y medio mantiene una relación sentimental con Raji, de 50 años, divorciado y con tres hijos, podemos decir a todas luces (yo al menos así lo digo) que estamos ante una mujer bastante atípica en un país africano.
Cuando con unos ojos abiertos como platos yo le muestro mi admiración por ella, un poco sonrojada, suelta una pequeña carcajada y dice “que la vida es para disfrutarla, no para sufrirla”.
Nos habla de las tradiciones que pesan sobre las mujeres en su país (perfectamente extrapolables al resto de países del áfrica subsahariana) y se reconoce con mucha suerte. Sabe perfectamente que en otros puntos del país las niñas, según nacen, son ofertadas al mejor postor varón y que sus primeros 15-16 años se basarán únicamente en aprender las tareas del hogar para cuando, llegada esa edad, regrese ese hombre se la lleve y la convierta en su esposa. También sabe que esa niña no tardará en tener 3-4 críos/as y que su marido de 70 años morirá en breve, quedándose entonces ella sola en el mundo, ya que la mujer no puede heredar nada de su anciano esposo. Entonces, no le quedará más remedio que volver a cerrar el círculo y “vender” a sus hijas de la misma manera que sus padres lo hicieron años atrás con ella.
Todo esto Becky lo sabe y nos lo cuenta con una mueca de dolor y resentimiento, y como ella misma dice “es terrible y horrible lo que pasa con las mujeres en este país”. Pero a renglón seguido añade que no se puede hacer nada porque es muy difícil luchar contra las tradiciones. Yo le digo que las tradiciones cuestan cambiarlas pero, con esfuerzo, se pueden cambiar. Lo que pasa es que la pobreza es un fuerte aliado de todas estas tradiciones y ayuda a que nunca podamos romper ese círculo.
Becky menea rotundamente la cabeza de un lado para otro para decirme que “NO”, que ella no va a educar a sus hijos de la misma manera que sus padres la han educado a ella. Ahí está el cambio, la digo. Pero claro, ella sabe de sobra que personas con la suerte de ella sí podrán romper ese círculo pero que mujeres que viven en el norte, muy alejadas de la capital, y sin maneras de subsistir, pocas o ninguna serán las que tengan una oportunidad para poder romperlo.
Nos habla de una historia reciente, de cómo una niña logró escapar de su entorno momentos antes de ser entregada a un señor para desposarla. Nos dice que consiguió llegar hasta Accra, la capital, y nos narra, con una cara de inmenso dolor, lo que esa niña tuvo que pasar hasta que un día sus tíos dieron con ella, la encadenaron y la devolvieron con sus padres y futuro esposo. Chasquea los dientes y dice: “hubo un gran revuelo, pero... al final, todo el mundo lo ha olvidado. Es una historia entre miles de niñas que viven esto a diario en mi país, aunque lejos de aquí”. Pero ella no se da cuenta de que no todo el mundo lo ha olvidado porque ella lo sigue manteniendo vivo en su memoria.
En el transcurso de nuestra conversación hay momentos en que se la ve en la mirada el cansancio de una mujer luchadora, frente a viento y marea, por su libertad. Pero como digo son solo unos instantes porque rápidamente nos dice que ha dado un ultimátum a Raji para que se decida sobre sus vidas. Ella quiere ser madre y lamenta que por presiones familiares tenga que ser a través del matrimonio. A ella lo que le gustaría simplemente es ser madre soltera porque considera que para las mujeres africanas el matrimonio es una distracción de sus propias vidas y no les aporta nada, más bien lo contrario.
Le preguntamos que pasaría si fuera madre soltera y ella con un gesto rápido se lleva las manos a la cabeza y con una amplia sonrisa dice: “mis padres se mueren”. Pero rápidamente dice que es su vida y no la de sus padres, y hará lo que tenga que hacer. Dice que a ella no le hace falta marido y que lo tiene todo perfectamente calculado en su vida. Nos cuenta a que edad como máximo se quiere quedar embaraza, cuantos hijos/as quiere tener y hasta tiene un pequeño negocio (la tienda de ropa y abalorios) que es el sustituto de los ingresos de un marido. Nosotros nos quedamos boquiabiertos ante tanta clarividencia y ella nos observa divertida y entonces añade: “eh, que yo he estudiado marketing de empresas!!”. Los tres nos reímos abierta y fuertemente. Como he dicho, es una mujer fuerte, aunque también añadiría, valiente.
Nos quedamos unos instantes en silencio reflexionando sobre toda la conversación, y creo asegurar que por nuestras mentes pasó la imagen de miles de niñas que en ese mismo momento estarían temerosas del día que sus futuros esposos vengan a por ellas. No tendrán la suerte de nuestra Becky, y los tres somos consciente de ello.
Un suspiro arrancado de lo más hondo nos saca de nuestras reflexiones y con una amplia sonrisa nos dice que es tarde y se tiene que ir a dormir. Tiene que seguir luchando por su futuro, por la vida que ella desea. Sabe que nadie se lo va a regalar y por eso todos los días se tiene que levantar a las 5 de la mañana. Yo me despido de ella diciéndole que es mi “heroína africana”, a lo que ella me contesta con una sonrisa.
Las mujeres africanas lo son todo para este continente, ellas son el alma y el espíritu de África y llevan sobre sus espaldas el peso de todo un continente. Sin embargo la cultura africana todavía sitúa a la mujer en último lugar, y la hacen sentir como algo inferior en la sociedad. A las mujeres en África no se les permite tomar decisiones sobre su propia sexualidad, sobre derechos de propiedad, o sobre decisiones directamente relacionadas con las oportunidades económicas.
Aún así, mantengo la esperanza de que cada vez haya más mujeres con las mismas oportunidades y, sobretodo, valentía que tiene Becky, y que entre todos/as podamos unir esfuerzos para dar el suficiente poder a las mujeres africanas en la lucha por sus derechos.
Por ello pienso que con más mujeres como ella, África sería distinta.
Tiene 29 años, un trabajo como funcionaria de Hacienda (al que reconoce abiertamente que le costó poco acceder, ya que su tío es uno de los jefes, pero que lucha día a día para mantenerlo haciéndose valer por sus propios méritos), una pequeña tienda de ropa de diseño “propio” y abalorios que hace en sus ratos libres. Tiene coche propio (su Jaguar, como ella le llama cariñosamente) y una casa que no está nada mal. Para ello, se levanta a las 5 de la mañana y no regresa hasta que el sol hace tiempo se ha ocultado, a eso de las 18:30 h.
Hasta aquí y con nuestra educación y mentalidad europea la veríamos como a una mujer de nuestro tiempo, independiente, trabajadora y luchadora. Como digo, desde nuestra perspectiva veríamos esto como bastante “lógico y normal”, pero no olvidemos de que hablamos de una mujer en África. Aún así, si metemos en la coctelera que desde hace año y medio mantiene una relación sentimental con Raji, de 50 años, divorciado y con tres hijos, podemos decir a todas luces (yo al menos así lo digo) que estamos ante una mujer bastante atípica en un país africano.
Cuando con unos ojos abiertos como platos yo le muestro mi admiración por ella, un poco sonrojada, suelta una pequeña carcajada y dice “que la vida es para disfrutarla, no para sufrirla”.
Nos habla de las tradiciones que pesan sobre las mujeres en su país (perfectamente extrapolables al resto de países del áfrica subsahariana) y se reconoce con mucha suerte. Sabe perfectamente que en otros puntos del país las niñas, según nacen, son ofertadas al mejor postor varón y que sus primeros 15-16 años se basarán únicamente en aprender las tareas del hogar para cuando, llegada esa edad, regrese ese hombre se la lleve y la convierta en su esposa. También sabe que esa niña no tardará en tener 3-4 críos/as y que su marido de 70 años morirá en breve, quedándose entonces ella sola en el mundo, ya que la mujer no puede heredar nada de su anciano esposo. Entonces, no le quedará más remedio que volver a cerrar el círculo y “vender” a sus hijas de la misma manera que sus padres lo hicieron años atrás con ella.
Todo esto Becky lo sabe y nos lo cuenta con una mueca de dolor y resentimiento, y como ella misma dice “es terrible y horrible lo que pasa con las mujeres en este país”. Pero a renglón seguido añade que no se puede hacer nada porque es muy difícil luchar contra las tradiciones. Yo le digo que las tradiciones cuestan cambiarlas pero, con esfuerzo, se pueden cambiar. Lo que pasa es que la pobreza es un fuerte aliado de todas estas tradiciones y ayuda a que nunca podamos romper ese círculo.
Becky menea rotundamente la cabeza de un lado para otro para decirme que “NO”, que ella no va a educar a sus hijos de la misma manera que sus padres la han educado a ella. Ahí está el cambio, la digo. Pero claro, ella sabe de sobra que personas con la suerte de ella sí podrán romper ese círculo pero que mujeres que viven en el norte, muy alejadas de la capital, y sin maneras de subsistir, pocas o ninguna serán las que tengan una oportunidad para poder romperlo.
Nos habla de una historia reciente, de cómo una niña logró escapar de su entorno momentos antes de ser entregada a un señor para desposarla. Nos dice que consiguió llegar hasta Accra, la capital, y nos narra, con una cara de inmenso dolor, lo que esa niña tuvo que pasar hasta que un día sus tíos dieron con ella, la encadenaron y la devolvieron con sus padres y futuro esposo. Chasquea los dientes y dice: “hubo un gran revuelo, pero... al final, todo el mundo lo ha olvidado. Es una historia entre miles de niñas que viven esto a diario en mi país, aunque lejos de aquí”. Pero ella no se da cuenta de que no todo el mundo lo ha olvidado porque ella lo sigue manteniendo vivo en su memoria.
En el transcurso de nuestra conversación hay momentos en que se la ve en la mirada el cansancio de una mujer luchadora, frente a viento y marea, por su libertad. Pero como digo son solo unos instantes porque rápidamente nos dice que ha dado un ultimátum a Raji para que se decida sobre sus vidas. Ella quiere ser madre y lamenta que por presiones familiares tenga que ser a través del matrimonio. A ella lo que le gustaría simplemente es ser madre soltera porque considera que para las mujeres africanas el matrimonio es una distracción de sus propias vidas y no les aporta nada, más bien lo contrario.
Le preguntamos que pasaría si fuera madre soltera y ella con un gesto rápido se lleva las manos a la cabeza y con una amplia sonrisa dice: “mis padres se mueren”. Pero rápidamente dice que es su vida y no la de sus padres, y hará lo que tenga que hacer. Dice que a ella no le hace falta marido y que lo tiene todo perfectamente calculado en su vida. Nos cuenta a que edad como máximo se quiere quedar embaraza, cuantos hijos/as quiere tener y hasta tiene un pequeño negocio (la tienda de ropa y abalorios) que es el sustituto de los ingresos de un marido. Nosotros nos quedamos boquiabiertos ante tanta clarividencia y ella nos observa divertida y entonces añade: “eh, que yo he estudiado marketing de empresas!!”. Los tres nos reímos abierta y fuertemente. Como he dicho, es una mujer fuerte, aunque también añadiría, valiente.
Nos quedamos unos instantes en silencio reflexionando sobre toda la conversación, y creo asegurar que por nuestras mentes pasó la imagen de miles de niñas que en ese mismo momento estarían temerosas del día que sus futuros esposos vengan a por ellas. No tendrán la suerte de nuestra Becky, y los tres somos consciente de ello.
Un suspiro arrancado de lo más hondo nos saca de nuestras reflexiones y con una amplia sonrisa nos dice que es tarde y se tiene que ir a dormir. Tiene que seguir luchando por su futuro, por la vida que ella desea. Sabe que nadie se lo va a regalar y por eso todos los días se tiene que levantar a las 5 de la mañana. Yo me despido de ella diciéndole que es mi “heroína africana”, a lo que ella me contesta con una sonrisa.
Las mujeres africanas lo son todo para este continente, ellas son el alma y el espíritu de África y llevan sobre sus espaldas el peso de todo un continente. Sin embargo la cultura africana todavía sitúa a la mujer en último lugar, y la hacen sentir como algo inferior en la sociedad. A las mujeres en África no se les permite tomar decisiones sobre su propia sexualidad, sobre derechos de propiedad, o sobre decisiones directamente relacionadas con las oportunidades económicas.
Aún así, mantengo la esperanza de que cada vez haya más mujeres con las mismas oportunidades y, sobretodo, valentía que tiene Becky, y que entre todos/as podamos unir esfuerzos para dar el suficiente poder a las mujeres africanas en la lucha por sus derechos.
Por ello pienso que con más mujeres como ella, África sería distinta.
Bonita historia la que nos cuentas, Paco,
ResponderEliminarrealidad para los que estáis allí junto a ella.
Ya me parecía interesante a mí desde un principio, fuí uno de los que solicité foto de ella, jeje. Preciosa Becky que debería ser todo un ejemplo a seguir. Eso sí una lástima lo de Raji, aunque ya veremos lo que pasa con ese ultimátum que Becky le ha lanzado, otro Expediente X a desvelar en vuestra aventura que parecía ya casi terminada.
Saludos a tod@s.